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Brain Off

En el verano de 2018, durante unas largas vacaciones, medité sobre mis rutinas diarias, el estrés y sus efectos. Si algo tenía claro es que mi vida no tendría sentido si en otoño seguía por el camino que llevaba repleto de inquietudes, nervios y una auto exigencia enfermiza no solo en el trabajo, también en mi vida privada.

El método fue sencillo. Intentar comprenderme desde un punto de vista básico, instintivo, con la ayuda de la naturaleza. Crear un nuevo ser, con nuevas rutinas, para encarar mejor el día a día a partir de septiembre.

Un año después, puedo concluir que he conseguido con holgura mi objetivo. No es un punto y final, ni una especie de sanación. Es un nuevo modo de andar por la vida que me facilita aceptar los retos y dificultades que sin duda seguirán aflorando. También he aprendido a disfrutar los regalos de la vida que muchas veces y sin querer, ignoramos. El texto es un poco largo, pero es el resumen de ese verano de 2018.

Antonio Marín Segovia

La actividad cerebral en algunas personas alcanza el ritmo vertiginoso de los prototipos que disputan las 24 horas de Le Mans. A diferencia de los coches, los seres humanos no disponemos de un interruptor de encendido y apagado y en cierta manera, la única solución para desconectar tras una carrera a altas revoluciones, es fabricarlo nosotros mismos. El objetivo es optimizar el tiempo en el que nuestro cerebro y nuestra consciencia se emplean al máximo y propiciar un descanso adecuado siempre que no precisemos que la maquinaria trabaje a todo gas. El punto de partida es reconocer que nuestro cerebro y nuestra consciencia se pueden apagar porque más veces de las que imaginamos, son absolutamente prescindibles. Debemos aprender a vivir sin pensar y sin ser conscientes de nosotros mismos. Al menos, unas horas; a veces, unos días; puntualmente, unos meses.

Es difícil aprender a convivir con el pasado y el futuro, los problemas y los pseudoproblemas, alejarnos de nuestro yo y de la sociedad como una fuente de amenazas. Comprender que no hay que ser fuerte, sino sensato, aceptar los días malos y ponernos en modo Brain Off. No es una huida sino más bien una integración en la situación en la que estamos, entendiendo las limitaciones y nuestro potencial, asumiendo nuestras capacidades y rechazando la hiperresponsabilidad. Y lo más importante: reclamando el derecho a desconectar, al Brain Off, el privilegio de no abandonar la vida natural.

Poner a trabajar nuestro cerebro al máximo, también nuestra consciencia, requiere de responsabilidad y autocontrol. Pero más importante todavía es saber apagar el interruptor cerebral y conseguir un descanso adecuado, centrado exclusivamente en las necesidades básicas de nuestra condición física. ¿Cómo conseguirlo? O mejor, y para ahorrar una explicación laberíntica reformularé la pregunta: ¿Cómo sé que lo he conseguido? La respuesta es muy sencilla porque todos, alguna vez, hemos disfrutado de un sueño profundo y reparador, un apetito que nos invita a disfrutar, la regularidad intestinal, un momento de creatividad puntual y por qué no decirlo, brillante; una activación física reconfortante, etc. Son elementos que se traducen en buen humor, ganas de compartir con otras personas, de vivir pequeñas experiencias o simplemente de disfrutar de uno mismo; de una siesta, una comida, o incluso escribir un verso. Con todo, debemos asumir que el dolor, la tristeza, la apatía y la vida en sociedad son parte de nuestro día a día. Los sábados buenos existen. Los malos también. Ni unos ni otros deben amargarnos la vida.

¿Cuánto tiempo podré aguantar haciendo las cosas despacio? ¿Y siendo consciente de la necesidad de priorizar? ¿Y de que el ritmo del día a día me enriquezca y no me perturbe? Quizá, en este sentido sea importante fijar y retener la impronta de la cultura oriental que maneja otros tempos, o recordar la anécdota del Dalai Lama quien alteró a todo un auditorio haciéndole esperar hasta tal punto de impacientarlo, mientras él permanecía sentado y sin inmutarse en un banco cerca de la sede de la conferencia. ¿Qué sucede si…? Si no desayuno, ceno, limpio, llego puntual al trabajo, etc. ¿Qué sucede si la obsesión por esas tareas supone que abandono mi equilibrio? ¿Es posible que mi equilibrio exista siempre, a pesar de todas las cosas que a veces nos perturban? ¿Hay que llegar al extremo de los escolásticos y tomar un camino distinto en cuanto nos topamos con un elemento con el que no estamos cómodos?

¿Y no hacer nada? ¿Es posible? Existir sin estar ordenando nuestra mente respecto a cosas del día a día, o preocupados, incluso aterrados, porque no hacemos nada. ¿No sería preferible acometer tan solo una tarea pero con amor y esmero, yendo al detalle? ¿Y convertir esa tarea odiosa en algo que se imbrique en nosotros mismos, con tal de asumirla hasta el extremo de que se torne en cierta medida, en nuestra respiración o nuestro flujo sanguíneo?

Hagamos un ejercicio. En una posición cómoda, tumbado o sentado, con una respiración profunda pero paciente, inhala el equilibrio del cosmos en cada movimiento, inspirando lo que te rodea, centrándote en ti mismo, en equilibrio con el lugar y con la materia, sin nada que te perturbe. 10 minutos, un cuarto de hora, media, una hora… ¿Qué te sucederá?

Ahora, lee despacio, si lo necesitas, varias veces:

¿Qué es más importante el tiempo o la tarea? ¿Hacer algo rápido o bien? ¿O rápido y bien? Sin duda, lo importante es la tarea al margen del tiempo que requiera. Realizarla con amor, con mimo, cuidando los detalles y llegar así a un resultado que nos llene. Actualmente, desarrollamos tareas continuamente de modo inconsciente, como si no existieran, como si no fueran con nosotros o no nos afectaran… El aseo diario, lavarnos los dientes, una ducha, la alimentación, la limpieza del hogar, etc. Todo requiere atención, plenitud por nuestra parte y eso implica huir de los plazos. No hay tarea pequeña y que solo sirva para llegar a otra. Ese modo de vida es una estupidez. Acaso, ¿no necesitamos alimentarnos, respirar, asearnos…?

Hay tareas que nos agradan más que otras. Esa actitud debe cambiar porque todas a partir de ahora gozarán de la misma importancia, especialmente si tienen que ver con nosotros y rara es la tarea que no tiene que ver con nosotros. De hecho, fuera de nosotros no hay nada. Es más, si hay algo y no estamos nosotros, ¿qué razón tengo para pensar o ser consciente? Ninguna. Por eso es más importante aún que amemos cada tarea que realizamos, cada acción, porque todas suman y nosotros sumamos en el todo. Ese todo del que inhalamos el aire que nos hace vivir.

Con una tarea basta. Así de rotundo. Y después otra. Por muchas tareas que hagamos al mismo tiempo, por muchas veces que creamos ver ese espejismo, siempre estaremos haciendo una detrás de la otra. La sensación ilusoria de la multitarea se llama abarcar más de lo que uno puede y el efecto es lo que conocemos como estrés. Obviamente, en un trabajo, en un hogar, podemos tener la sensación de efectuar muchas tareas a la vez. Eso es falso. Lo que sucede es que vamos acometiendo micro-tareas que, realmente, carecen de plenitud. Las micro-tareas no son tóxicas por sí mismas, ya que podemos ser conscientes de ellas y abordarlas como tales, de modo reflexivo y con pautas. Si la sensación en cambio, es de incapacidad o saturación, algo falla porque estamos errando nosotros mismos… ¿No lo notas? ¡Estás estresado!, ¡no vas por el camino correcto!

No hacer nada también estresa porque esperamos acontecimientos y desafortunadamente, no sabemos pausar, reflexionar, permanecer inmóviles, sin hacer nada. La mejor solución es entrar en contacto con la naturaleza y con nosotros mismos. Recibir amor del entorno y emitirlo desde nuestro yo. En la época de las súper emociones, ¿puedo estar sin hacer nada? ¡Deberías!

No se trata tanto de qué escribo en las redes sociales, sino qué me aportan, qué espacio me dejan y el que me dejan, ¿para qué me lo dejan? Es algo así como el enamoramiento, no importa tanto cuánto quiero a quién, sino cuánto me quieren a mí. Es más importante lo que me dan, que lo que doy. Eso es el enamoramiento real.

Escribir una carta en papel, en un día, puede resultar una experiencia que nos llene de plenitud. Escribir 15, un castigo. ¿Por qué nos castigamos? ¿O existe algún premio que nos gratifica por esa dura tarea? Sin olvidar que hay que sumar otra tarea adicional, ya que algunos no solo escriben 15 cartas al día, sino que además leen otras 30.

Y otro añadido. No solo importa leer esas 30 cartas, sino que además es importante hacerlo lo más inmediatamente posible, en cuanto la carta entra en el buzón, lo que a su vez nos obliga a revisar la correspondencia de un modo enfermizo.

Afortunadamente, a poca gente se le ocurre pasar los días así, gestionando de esta manera el correo convencional, las cartas de toda la vida. ¿Qué pasa en el escenario virtual? ¿Por qué sí hacemos eso? ¿Cuál es el premio que nos motiva a esa acción de locos? Sin duda valoramos la capacidad de influencia y ansiamos entrar en el círculo de los líderes de opinión en el ámbito de la comunicación social virtual. El que va al casino experimenta el nirvana haciendo saltar la banca. El que juega en bolsa, ganando en una jugada brillante. El que se expresa masivamente en las redes sociales alcanza la plenitud con influencia y aceptación en forma de likes. Es el salto a la fama y la popularidad, lograr ser alguien importante. No importa la calidad, sino la cantidad. A veces también, en el caso de personas públicas, la obsesión enfermiza por el qué pensarán los otros de mí. La necesidad de rebatir cualquier idea que pueda dañarme.

Al final, sea cual sea el objetivo, lo que realmente pongo en tela de juicio no es el medio sino la cantidad de pólvora y vuelvo al ejemplo de la carta. Una misiva puede ser mejor que cien. Claro que con tan escasa munición poco podemos hacer en nuestra intención de instigar una revolución.

Una cuestión de elección. ¿Nos interesa la narración de vidas privadas? ¿Y las últimas noticias sobre cualquier cosa? ¿Y los chistes rancios? ¿La canción que se pondrá de moda? ¿Cómo reparar una fuga de agua? ¿Elaborar nuestra propia cerveza? Nunca hemos tenido tanta información de un modo tan accesible, sin acudir a las bibliotecas. Es un privilegio poder elegir o consultar cualquier paso en nuestras vidas. No lo dudo, es maravilloso. ¿Tienes una necesidad? Obviamente, si puedes, cúbrela con Internet.

El civismo es un manual imprescindible, pero incluye en su definición a los que no cumplen con esas normas. Por eso, observando la naturaleza, surge un amplio ejército que podría aniquilar la moral predominante de lo políticamente correcto. ¿Por qué la guerra es mala? ¿Y una dictadura? ¿Es bueno o malo el interés de un grupo o individuo por obtener dinero/poder? ¿Y tolerarlo o apoyarlo? ¿De verdad crees que alguien piensa en el bien común? ¿O que alguien emprende una tarea de modo desinteresado? ¿Soy cómplice del desastre si respaldo la nueva moral? ¿Existe congruencia entre mi vida privada y pública? ¿Qué pasaría si… ? yo fuera el otro, tuviera ambición, anhelara el poder, el dinero… Nada ni nadie posee la verdad, es más, la verdad no existe por el filtro insustituible de la subjetividad. Lo políticamente correcto tampoco esconde la verdad.

¿Es la felicidad un objetivo? ¿Un estado permanente al alcance solo de unos pocos? ¿Se puede prever? En este caso, si entramos en un ambiente de fiesta, alcohol y drogas, ¿sabemos con certeza que seremos felices? ¿Y si ganamos en bolsa o en el casino? Con certeza, ¿sentiremos los temblores de la felicidad? ¿Y qué es la felicidad? Un momento irrepetible de alegría, en el que no caben pensamientos negativos y todo se torna color de rosa.

En este contexto, da la sensación de que la felicidad es algo que va y viene por sí solo y toca exclusivamente a los elegidos. Por tanto, para algunos ser feliz es algo que ocurre a veces, para otros casi nunca, mientras que alguno dirá que jamás ha conocido lo que significa ser feliz.

Otra perspectiva nos acerca a la felicidad, no como un momento efímero, sino como un modo de vida más completo. Parece difícil ser feliz siempre, por mucho que los otros califiquen mi vida como una vida feliz. Es imposible.

Si es rotundamente cierto que no puedo ser feliz siempre, también lo es que no puedo permanecer sumido en la tristeza más absoluta día tras día, mes tras mes. Con todo, mi objetivo es que las emociones que manejo se sustenten en un equilibrio lo más prolongado posible, asumiendo picos en dirección a la felicidad y otros en dirección a la tristeza. Lo importante es asumir esos estados, en medio de una línea regular equilibrada.

Con todo, la felicidad o el equilibrio es distinto según la persona y según sus peculiaridades. Unos se sentirán equilibrados cuando tienen la casa limpia, todas las tareas hechas, mientras que otros necesitarán que llegue el día del mes en el que se han garantizado el sueldo básico como comercial. Otros se sentirán bien el día después de mantener una charla amena con un ligue. Las necesidades de cada uno son particulares.

Comer, beber, un techo, ropa, calzado… ¿Y qué más? La lista sería interminable, pero ¿Puedo ser feliz en un mundo donde solo importe lo básico? Sería muy sencillo. Ahora bien, si ampliamos esa lista… una pareja extraordinaria, unos hijos fantásticos, una casa enorme, tres coches, un sueldo increíble, vacaciones anuales por todo el mundo, un círculo de amigos famosos e influyentes, preferencia para acceder a discotecas o restaurantes. En definitiva, una persona con todo lo que pueda desear, influyente y poderosa. Por supuesto, rica. Es evidente que en esta segunda vida ser feliz debe ser de lo más fácil… ¿O no? Para la mayoría de personas, las que miran hacia una u otra opción sin alcanzar ninguna, la felicidad está en lo más simple, en la naturaleza y el amor, en lo básico y sustancial. Para andar ese camino es fundamental quererse uno mismo.

Puedes pensarlo y contestar, pero solo hay una respuesta correcta. ¿Lo has pensado ya? Si has elegido a tu madre, padre, hermano, hermana, pareja, esposo, esposa, hijos, hijas, un amigo de toda la vida… Todas esas respuestas son incorrectas. Entonces, ¿a quién debes querer más? ¿A ti mismo? Deberías. Si no eres capaz de quererte a ti, jamás podrás amar a ninguno de los anteriores.

Hoy es domingo. Abro el ojo a las ocho de la mañana y entro en una situación de desasosiego. ¿Qué hago ahora? ¡Toda la semana esperando un día libre, sin trabajo de por medio, y ahora caigo en el desánimo! No me apetece nada. Ni estar en la cama, ni levantarme, ni salir a comprar el periódico para leerlo luego tranquilamente con un buen desayuno, ni hacer deporte… ¿Una excursión, una comida en un restaurante? Nada.

Cada vez estoy más convencido de que esta situación aparentemente tan negativa es la que nos da la felicidad. Solo con un sentimiento tan dramático podemos llegar a un estado de satisfacción. Imagine que ese domingo por la mañana, finalmente, elijo salir con la bici y hacer una ruta por la montaña. El arranque es tedioso pero seguro que a los pocos kilómetros, a la media hora de ruta… Surge la sensación de bienestar que me recuerda por qué me gusta salir a pedalear. Imagine que elijo reservar en un restaurante para la familia o quedo con unos amigos… Me ha costado un poco de trabajo quedar con ellos, elegir el sitio, pero al final… Surge la sensación de bienestar que me recuerda por qué me gusta quedar con amigos y disfrutar de una buena comida.

Esa imagen positiva del deporte, de salir con amigos, etc., no debemos ponerla en duda. Es una evidencia para todos y la reconocemos fácilmente con un poco de esfuerzo. Sí, nos gusta, nos agrada, nos hace felices, a pesar de la pereza. Por cierto que esa sensación de pereza dominical nos es conocida, se repite mucho, incluso es más fuerte que el recuerdo agradable de la ruta en bici porque siempre le damos más importancia a lo negativo. Debemos ser conscientes de ello. La pereza es algo que no podemos eliminar, pero sí podemos asumirla como algo normal. También deberíamos hacer lo mismo con los recuerdos positivos de todas esas cosas que podemos hacer; pero para las que creemos en un momento dado, que no tenemos fuerzas.

La sensación de pereza es normal, pero también es normal la felicidad que nos reporta activarnos. Si somos vagos, si renunciamos a ponernos en marcha, estamos poniendo trabas a nuestra felicidad, al equilibrio. Entonces, pasará que esa sensación tan agradable solo la encontraremos de vez en cuando, y casi siempre gracias a otros. ¿Quieres depender de otro para obtener solo unos gramos de felicidad puntual? ¿O prefieres abandonar la felicidad-espejismo para luchar por un equilibrio gratificante? Si es así, acepta la imagen negativa de la pereza y también la positiva de la acción. Ni la primera es la puerta al infierno, ni la segunda la entrada al Nirvana. Asume esas emociones como algo normal, aprende a convivir con ellas y alcanza el equilibrio. Es normal, a veces, sentirse mal o perezoso. Si lo comprendes, tendrás más herramientas para aceptar ese estado y también para saltar a otro más gratificante. Y vuelta a empezar. Bien y mal, mejor y peor. Equilibrio.

Descansar no equivale a dormir 12 horas. Un sueño reparador de 6 ó 7 horas nos puede aportar unas sensaciones maravillosas, mientras que una mala noche, con un sueño de mala calidad pero largo, nos puede atormentar durante todo el día.

Dormir bien es importante y para eso es preciso un equilibrio vital suficiente. ¿Cómo dormir bien? Desconozco si existe algún secreto, pero desde luego mi objetivo nunca ha sido dormir bien una noche, sino regularmente. Para dormir bien una noche, basta con recurrir a las drogas. Para dormir bien siempre, o casi siempre, tenemos que recurrir al equilibrio. Sucede lo mismo con los frecuentes dolores de espalda, las contracturas. El estrés acecha y nos afecta también en el sueño y en nuestros músculos, que muchas veces no se relajan nunca y ahí, por un tic o un mal movimiento, se rompen.

Un ejemplo. Siempre he padecido de estómago, de lo que muchos llaman “nervios en el estómago”. Detrás, se esconde una gastritis, una hernia de hiato, o lo que los médicos resumen en dispepsia. También sufría de frecuentes contracturas y dolores de espalda, sobre todo, al levantarme ¿Cómo he logrado asumir esa enfermedad en mi día a día? Prestando un poco de atención a mi cuerpo.

Algo fácil de comprobar. Si la cena es ligera, por la mañana desayunamos con apetito y eso nos invita a cambiar los malos hábitos de la dieta. Si dedicamos 2 minutos nada más levantarnos a efectuar unos sencillos estiramientos, comenzamos a mentalizarnos para mejorar la higiene postural durante todo el día. Si desayunamos tranquilos, despacio, disfrutando del momento de pelar la fruta, cortándola despacio, echándola al bol, o saboreando el té, mientras cuidamos la posición de la espalda, etc. Todo eso nos encamina al equilibrio y nos facilita afrontar los retos del día. Caminar despacio, pausado, es otro ejemplo. Haz la prueba, repite el mismo recorrido a pie, a distinto ritmo, lo más acelerado y lo más pausado posible… ¿Cuál es el resultado? ¿Has ganado a lo sumo, 1 minuto al kilómetro? ¿Y cuántas cosas has perdido?

Volviendo a mis molestias estomacales, finalmente y para mi sorpresa, lo que más me alivió fue poner un poco de atención… ¡En la respiración! Por un vicio adquirido del que no me había percatado, siempre mantenía el diafragma en tensión, como si en todo momento, estuviera a punto de cantar una ópera o soplar un instrumento de viento. “Parece que eres fumador”, me decían cuando hablaba de seguido casi sin resuello. El problema era que la tensión muscular me impedía desarrollar con naturalidad esa función, la de respirar y hablar, de un modo normal. Un día lo noté, me di cuenta, y comencé a respirar de otra manera, relajando los músculos en torno al estómago, hinchando la barriga despacio. Entonces, noté perfectamente como el diafragma se relajaba por primera vez en años, notaba cosquillas de placer en ese punto cada vez que respiraba profundamente hinchando el estómago. A partir de ahí, todo empezó a cambiar. Esta rutina la amplié a otras partes de mi cuerpo y empecé a dar más importancia a la respiración y a la relajación muscular. También a otras acciones cotidianas, como el caminar, obligándome a hacer las cosas despacio (os aseguro que se tarda lo mismo) respetando la velocidad cerebral para que al final, el cuerpo y la mente se sientan protegidos por el piloto de este prototipo de carreras, un vehículo con el que ahora ya puedo tanto pasear por las tardes disfrutando del paisaje, como ser el más rápido en el circuito, cuando me toca competir. Además, ahora, y esto es lo más importante, soy un piloto casi perfecto, mucho mejor que el de ayer. No solo he ganado en mi vida privada, también en la laboral y en la emocional.

A todo esto, y volviendo a los problemas físicos, hay que añadir que nunca estaremos completamente descansados. Subir una escalera en un momento dado, nos puede fatigar y eso es normal. Esa fatiga no significa nada más que nuestro cuerpo se comporta como debe. No podemos dramatizar ese cansancio y sin embargo naturalizar la fatiga que nos provoca el deporte. No hay una fatiga buena y mala. Somos seres humanos anclados a una condición y limitación física. “Necesito descansar”, repites cada semana. ¡Mentira!, necesitas equilibrarte.

Si eres especialmente sensible, una vez que alcances el equilibrio, notarás una extraña sensación. Brotará de ti de nuevo, como hace muchos años que no te pasaba, la creatividad. Con todo lo que eso conlleva. Demasiadas emociones que gestionar, vuelves a necesitar un espacio individual para entenderte, crece el entusiasmo por compartir con otras personas, necesitas socializar, compartir tus vivencias con otros, disfrutar de las emociones nuevas y de las que se reavivan en tu ecosistema más rutinario exigiéndote un plus de dedicación. Para unos será reabrir la puerta del sufrimiento, pero para la mayoría significa disfrutar más de la vida, apartando tabús, y centrando la energía en lo único que merece la pena: el amor.

Cada individuo tiene sus asuntos y es absolutamente de necios ocuparnos de los asuntos de los demás, es puro masoquismo añadir más carga de trabajo a nuestro cerebro estresado preocupándonos por los problemas ajenos, analizándolos e intentando resolverlos. A cada cual, lo de cada cual. ¿Dar consejos? En absoluto. A lo sumo y solo en el caso de que la cuestión sea similar a alguna ya analizada por nuestra parte debido a que hemos atravesado ya esa experiencia, solo en ese caso insisto, podemos narrar brevemente nuestra historia por si al oyente le sirve de algo. Si decides exponerte a programas de televisión o creaciones de ficción basadas en el sufrimiento ajeno, no te sorprendas de los efectos. Asume la resaca, después de abusar del alcohol.

Un problema requiere de dos acciones. Primero un análisis de la situación para conocer bien de qué se trata y a qué nos enfrentamos. En segundo lugar una determinación, una acción con la que abordamos el asunto. Solo en esos dos momentos tenemos la licencia de mirar cara a cara el problema. Si ya lo hemos analizado, está prohibido releer el análisis. Si ya hemos decidido cómo lo solventaremos, jamás volveremos sobre nuestros pasos. Es un error volver una y otra vez al análisis de un problema.

Si a pesar de nuestro esfuerzo, no damos con una reflexión de nuestro agrado o sencilla, será porque el análisis nos lleva a una conclusión que no queremos aceptar. Si no logramos dar con la solución, es porque la solución, honestamente, no nos viene bien, no nos gusta, y solo con valentía podremos superar estos bloqueos. El camino difícil a veces, es el más fácil.

Un ejemplo. El estrés laboral es la exteriorización de una serie de problemas en nuestro puesto de trabajo que nos negamos a aceptar, nos empeñamos en el deber ser y obviamos lo que realmente es. Otras veces nos empeñamos en alcanzar la perfección cuando sabemos que eso es imposible. A veces incluso solo tenemos ojos para la estética y olvidamos la responsabilidad real, la que incluso nos puede acarrear consecuencias penales. Las misiones que nos encomiendan o que nos proponemos son siempre mucho más sencillas de lo que parece. No hay truco, simplemente que nos empeñamos en lo imposible abandonando el sendero. Seguir la ruta prevista no significa ser un conformista o un conservador. No debemos confundir las herramientas o los procesos con la creatividad o la innovación.

Nos empeñamos en descubrir nuestra alma y la contraponemos siempre al mundo. ¿Y si el mundo fuera realmente nuestra alma?

Si eres capaz de anular la consciencia desaparecerás como ser racional, solo funcionarán tus instintos primarios. También desaparecerán los elementos perturbadores. ¿Recuerdas cuando te tumbabas en la playa y no había nada más, solo algún sobresalto (instintivo) cuando alguien te salpicaba de arena?

El cansancio es una de las consecuencias del estrés. Dolor de piernas, espalda, pulso acelerado al subir las escaleras. Síntomas que nos desaparecen durante las vacaciones o quizá, lo que sucede es que durante el descanso le damos menos importancia. Insisto, nuestro cuerpo nunca está al cien por cien, ni de niños. Incluso con diez años nos agotábamos jugando. Ahora, también es normal estar cansado de vez en cuando y debería ser normal convivir con ciertos signos físicos. Incluso con ligeras molestias en las piernas, podemos seguir adelante. Es normal, asúmelo. Quizá, deberías desarrollar las tareas más despacio. También despejarte de vez en cuando. Lee tu cuerpo.

Entre felicidad y equilibrio prefiero el concepto de equilibrio ya que incluye asuntos positivos y negativos como parte de nuestra unidad de tiempo, el día. El equilibrio nos invita a volver a la naturaleza y las cuestiones básicas de la vida del hombre. Nos sentimos más relajados en la naturaleza, pero también es posible el equilibrio en las grandes ciudades, aunque ahí siempre tenemos una sobreabundancia abrumadora de la que es más difícil de escapar. ¿Es más difícil conseguir el equilibrio en la ciudad que en el campo? Sí. Nos costará más trabajo porque el proceso de ir a lo esencial será más laborioso. Hay más ruido. Real y figurado.

Puedes elegir entre estar en equilibrio o no. Sí, puedes elegir. Si tu salud emocional es mala, a buen seguro que debes cambiar tus prioridades. Reflexionar sobre aquello que te perturba y te supone un problema ¿Eso significa renunciar a algo? Sí, renunciarás a lo que te provoca tanto mal. A partir de ahí cambia tus prioridades, tus valoraciones sobre la vida y céntrate en la naturaleza, además de hacer cada cosa con el mayor amor posible y dedicándole el tiempo necesario. Primero, por supuesto, quiérete mucho a ti mismo. Recuerda, estás convaleciente y debes recuperarte.

¿Todos podemos alcanzar un estado de equilibrio? No. Hay personas que ponen por delante sus aspiraciones, ambiciones, deseos, incluso fantasías. Sí, en gran medida son fantasías, cuestiones inalcanzables porque rozan lo chocante y lo absurdo. Siempre hay personas que ansían tener una pareja guapa y rica, un trabajo con un sueldo millonario, ser jefe o no pegar golpe, tener éxito de la manera que sea… Obviamente, con esas pretensiones, ¿qué podemos esperar?

Una persona humilde, con un sueldo justo, una pareja con la que simplemente se compenetra… ¿Puede ser feliz y vivir en equilibrio? Por supuesto.

¿Y una persona con una vida familiar envidiable, un sueldo muy bueno, éxito… ¿Puede vivir en equilibrio? Por supuesto. La diferencia está en la actitud ante la vida y ahí es muy importante dejar de lado los modelos absurdos y los valores sin fuste.

Dentro de cada uno de nosotros, hay una esencia. De esa esencia, emanan los juicios que hacemos sobre las cosas, las valoraciones, los valores. También incluye la esencia el método que se emplea en el análisis y sus principios. A veces, nos topamos con una persona muy distintas a nosotros en apariencia, pero luego resulta que inesperadamente se da una imbricación máxima entre ambos, algo impensable a priori. ¿Por qué? ¿No sería lo normal tener afinidad solo con personas a las que les gusta lo mismo que a nosotros y opinan de modo similar? Nada más lejos de la realidad. Lo que une a las personas es su núcleo, en el que se esconde su esencia, que es la que emplean siempre para formular los valores. Esa esencia es pura porque no la cambian bajo ningún concepto, es honesta, es una rectitud de principios que solo es entendible entre los que usan esta fórmula. Esta actitud ante la vida, ¿se tiene o se adquiere? Si se adquiere, no tengo ni idea de cómo es ese proceso.

Después de un tiempo y de estas reflexiones, ¿la conclusión es que ahora mi vida es de color de rosa? Ni mucho menos, pero afronto el día a día infinítamente mejor, los episodios de estrés son puntuales y en cuanto me percato, sé como frenarlo y regresar a la senda. Además, sigo teniendo retos que resolver y son los que ahora me ocupan. Pero lo que tengo claro es qué cosas son importantes y cuáles no.

Lamentablemente, muchas personas se empeñan en vivir temerosas del futuro o condicionadas por el pasado, en posición de defensa permanente ante amenazas que nunca ocurren. Luego llega lo importante y todos nos revelamos como humanos, sin más. Aprovecha la vida, el amor, afronta los problemas cuando lleguen y mientras tanto, disfruta de las pequeñas cosas a cada minuto. ¿De verdad crees que cuando te jubiles serás más feliz? ¡Sé feliz ahora!

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